Cada movimiento traía nuevas oleadas de agonía. Pero él levantó la vista al verla entrar. Ella aguantó, porque no tenía otra opción. No tenía por qué hacerlo. Un recipiente. «Ya has hecho suficiente».
Él encerró el núcleo en su placa rota. Su viaje es uno de devoción más allá del orgullo, de sufrimiento más allá del honor. Y entonces comenzó el fuego del bólter. Roxy sollozaba alrededor del cinturón. Solo dos almas respiraban en esa cámara silenciosa: la Hermana Roxy, despojada de todo menos de la fe, y la Sacerdotisa Verena, cuyas manos temblaban a pesar de décadas de calma ritual. El dolor era blanco, absorbente. Su visión nadaba. Había preparado el núcleo, lo había ungido, lo había calentado con aceites sagrados para facilitar el paso. "¿Estás segura?", preguntó Verena en voz baja. Aguantó, porque no tenía elección. Se tumbó de lado en el frío suelo de piedra y se metió el cinturón de cuero en la boca. Pero es sagrado. Sin armadura. Esta es la historia de una misión indescriptible. No gritó. "Dentro". Cada movimiento traía nuevas oleadas de agonía. "Entonces déjame romperme". Arqueó la espalda. Su voluntad vaciló, pero nunca falló.